martes, 19 de mayo de 2015

Gilbert Keith Chesterton y el Angel Rojo


A través de unos buenos amigos ha llegado hasta mi un texto un poco más extenso de Chesterton en el que reflexiona sobre los cuentos de hadas más allá de su frase lapidaria y archiconocida (Los cuentos de hadas son incluso más que verdaderos: no porque nos digan que los dragones existen , sino porque nos dicen que los dragones pueden ser vencidos.)

Para desdicha de Chesterton el texto me ha llegado en su lengua original así que mi viejo y amarillento diccionario Collin Pocket y un insensato valor me han hecho acometer una traducción, tal vez algo silvestre, que espero me perdonen mis amigos más angloparlantes.
Más allá de alguna finura de sentido creo que el espíritu del texto sí está bien reflejado e ilustra con la habitual inteligencia de Chesterton, el amor que compartimos con él por los cuentos.
No obstante y, cosa que os recomiendo, quien quiera ver el texto completo en su lengua original puede hacerlo aqui.

Disfrutadlo, 

“Encuentro que hay seres humanos que piensan que los cuentos de hadas son malos para los niños…  una dama me ha escrito un educada carta diciendo que los cuentos de hadas no deberían enseñarse a los niños ni siquiera en el caso de que fueran ciertos. Dice que es cruel contarle a los niños cuentos de hadas, porque los atemorizan. Podrías decir igualmente que es cruel darle a las chicas novelas románticas porque eso las hace llorar. Todo este tipo de charla se basa en el completo olvido de lo que un niño es, lo cual ha sido la base firme de muchos planes educativos. Si mantienes alejados de los niños a monstruos y trasgos ellos crearán los suyos propios. Un niño pequeño en la oscuridad puede inventar más terrores que Swedenborg. Un niño pequeño puede imaginar monstruos más grandes y oscuros que cualquier escena y darles nombres más ultraterrenos y cacofónicos que el grito de un lunático. Al niño, por empezar por él, usualmente le gustan los horrores, e incluso les da rienda suelta aunque no le gusten... El miedo no proviene de los cuentos de hadas; el miedo proviene del universo del alma.

La reserva del niño o del salvaje es enteramente razonable; están en alerta ante el mundo, porque este mundo es un lugar muy alarmante. No les gusta estar solos porque estar solo es una idea horrible. Los bárbaros temen lo desconocido por la misma razón que los Agnósticos lo devocionan: porque es un hecho. Los cuentos de hadas, entonces, no son responsables de producir miedo en el niño, o alguna forma de miedo; los cuentos de hadas no le dan al niño la idea de lo malvado o lo grotesco; eso está ya en el niño, porque eso está ya en el mundo. Los cuentos de hadas no le dan a los niños su primera idea de los monstruos. Lo que los cuentos de hadas le dan al niño es su primera idea clara de la posibilidad de vencer a esos monstruos. El niño sabe íntimamente del dragón desde que tiene imaginación. Lo que el cuento de hadas le trae es un San Jorge para matarlo.

Exactamente lo que el cuento de hadas hace es esto: lo acostumbra mediante una serie de imágenes a la idea de que esos terrores ilimitados tiene un límite, que esos enemigos informes tienen enemigos en los caballeros de Dios, que hay algo en el universo más místico que la oscuridad y más fuerte que la fuerza del miedo. Cuando era un niño, miraba la oscuridad hasta que su masa negra se transformaba en un gigante negro más alto que el cielo. Y si había una estrella en el cielo eso sólo lo convertía en un cíclope. Pero los cuentos de hadas me devolvieron la salud mental, pues al día siguiente leí una auténtica historia de cómo un gigante negro de un ojo, de similares dimensiones, había sido engañado por un pequeño niño como yo (o igual de inexperto o incluso de ascensión más modesta) con una espada, algunos acertijos y un corazón valeroso. A veces el mar de noche es tan terrorífico como cualquier dragón. Pero entonces supe de algunos hijos menores y pequeños marineros para los cuales  un dragón o dos eran algo tan natural como el mar.

Tomemos el cuento más horrible de los Grimm en sucesos e imágenes, el excelente cuento de “Juan sin miedo” y veréis lo que quiero decir. Hay algunos auténticos sustos en ese cuento. Recuerdo especialmente las piernas de un hombre cayendo por una chimenea y caminando por sí mismas alrededor de la habitación, hasta que se unieron a una cabeza y un cuerpo que cayeron tras ellas. Bastante bueno. Pero la cuestión de la historia y la cuestión de cómo el lector se siente no es que estas cosas sean aterradoras, sino el hecho mucho más contundente de que no asustan al protagonista… les da un palmada en el hombro e invita a los diablos a beber con él; más de una vez en mi juventud, cuando me he visto sofocado por algún moderno horror, he rezado por una doble ración de ese temple. Si no has leído el final de la historia, ve y léelo. Es la cosa más sabia del mundo. El héroe al final aprende a temblar cuando, al casarse, su esposa arroja sobre él un cubo de agua fría. Hay en esa escena más auténtico sentido del matrimonio que en todos los libros sobre sexo que cubren Europa y América.

En las cuatro esquinas de la cama de un niño aguardan Perseo y Rolando, Sigfrido y San Jorge. Si tú le hurtas esa guardia de héroes no lo estás haciendo más racional; solamente le estás dejando que luche contra sus demonios él solo. Porque los demonios son algo en lo que siempre hemos creído. El más esperanzador elemento del universo está en estos tiempos modernos continuamente rechazado o reafirmado, pero la desesperanza no ha sido en ningún momento desmentida..."

G.K. Chesterton

1 comentario:

  1. He leído El Ángel Rojo, que está en la colección de ensayos Enormes Minucias. Lo que nunca he podido averiguar es donde se encuentra esa frase lapidaria y archiconocida a la que hace mención. Si tiene esa información le agradecería me la compartiera.

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